Laicismo, Nazismo y Sionismo

Lea Celik Sommerseth Shaw

11/29/2025

Laicismo, Nazismo y Sionismo

por Lea Celik Sommerseth Shaw

He observado cómo el laicismo ha ido cambiando de forma con el paso de los años: antes un principio arraigado en la dignidad y la igualdad, hoy estirado, deformado y utilizado como arma por los mismos sistemas que deberían protegerlo. El laicismo nunca tuvo que pertenecer al Estado; debía pertenecer a las personas. Prometía que la vida de nadie estaría gobernada por las creencias de otro, que nuestras identidades no serían vigiladas por doctrinas y que la libertad no dependería de encajar en la mayoría dominante.

Pero hoy, cuando miro el ambiente político que nos rodea, no veo esa promesa. Veo un sistema asfixiado por la corrupción, donde se predica la neutralidad pero rara vez se practica, donde el poder habla el lenguaje de la ética solo para ocultar su ausencia. El mundo político se ha convertido en un lugar donde la moralidad no se vive: se interpreta; donde la verdad no se busca: se gestiona; donde la dignidad humana no se protege: se negocia.

El laicismo aparece ahora en los discursos, no en las acciones. Los políticos lo invocan cuando les conviene, se esconden detrás de él cuando se les cuestiona y lo manipulan cuando les ofrece ventaja. Mientras tanto, la ciudadanía —la que creyó en la idea de equidad— observa cómo las instituciones se pudren por dentro.

La corrupción no es solo soborno o influencia; es la lenta erosión de los valores. Es la transformación del servicio público en estrategia personal. Es la normalización del engaño. Es la traición cotidiana y silenciosa de quienes dicen representarnos.

En este ambiente, el laicismo pierde su propósito esencial. En vez de proteger la diversidad, se usa para disciplinarla. En vez de garantizar la libertad, legitima el control. Y cuando esto sucede, la gente se desilusiona —no solo de los dirigentes, sino de la democracia misma. Esta es la verdadera crisis: cuando las personas dejan de creer que su voz importa, la corrupción ya ha ganado.

Creo que defender el laicismo hoy requiere algo más que compromiso intelectual; exige valentía personal. En un ambiente corrompido, el laicismo se convierte en un acto de resistencia. Significa señalar la hipocresía incluso cuando es incómodo. Significa negarse a participar en sistemas que dañan a otros por el bien de las apariencias. Significa recuperar la integridad moral de manos de quienes la han convertido en espectáculo.

Porque el laicismo no puede sobrevivir en una sociedad que ha olvidado la empatía. No puede vivir en una cultura política que valora la imagen más que la verdad. Y desde luego no puede prosperar en un entorno donde los seres humanos se reducen a categorías, etiquetas o bloques electorales.

Lo que necesita el laicismo —lo que necesita nuestro mundo político, es un retorno a la sinceridad. A la honestidad. A la convicción de que el Estado debe servir a su gente y no tratarla como variables en una ecuación electoral. Una sociedad verdaderamente laica no es una sociedad sin creencias, sino una donde las creencias son libres, privadas y jamás usadas como arma. Es una sociedad en la que las personas no se temen entre sí, y en la que el gobierno no juega con la identidad para conservar el poder.

La crisis que enfrentamos no es solo política; es moral. Y la recuperación debe comenzar con individuos que se nieguen a entregar su conciencia a la maquinaria de la corrupción. El futuro del laicismo no dependerá de las instituciones, ya han demostrado su fragilidad, sino de las personas que aún se preocupan lo suficiente como para resistir la decadencia.

Escribo esto no como observadora académica, sino como alguien que aún cree en la posibilidad de la integridad, incluso en un mundo que recompensa lo contrario. Lo escribo porque el laicismo merece algo más que retórica vacía, y la sociedad merece algo más que ilusiones cuidadosamente fabricadas de equidad.

al final, la pregunta es simple: queremos un futuro construido sobre la apariencia o un futuro construido sobre el principio

Uno conduce al colapso. El otro, quizá, a una sociedad que recuerda lo que significa ser humano.

Lea Celik Sommerseth Shaw

Saint Germain Des Pres 29 November 2025