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Tierra de Dios

Planeta Tierra

8/24/2025

Tierra de Dios

Por Lea Celik Sommerseth Shaw

Más que piedra, agua y cielo. La Tierra es crónica. No es solo geología y biología; es un testamento espiritual de resiliencia, de evolución y del destino en desarrollo de la humanidad. El ardiente comienzo de la Tierra, un planeta forjado a partir del polvo cósmico y del polvo estelar —los restos de antiguas estrellas que colapsaron, entregando su vida para que algo nuevo pudiera formarse—. En aquellos océanos fundidos de magma, habitaba ya una parte de la existencia.

Las lluvias llegaron, enfriando el fuego en océanos. Y de esas aguas, la vida susurró su primera canción: diminutas células que se multiplicaron, se adaptaron y resistieron. El primer latido de la Tierra: el valor de crear algo frágil pero infinito. Siempre evoluciona, así como la humanidad. Y nosotros, los seres humanos, no somos superiores al orden natural ni a las formas en que se manifiesta la evolución.

Las cianobacterias transformaron el planeta liberando oxígeno, cambiando todo. Todo sigue un patrón, un rompecabezas como una cadena; todo pertenece junto, grande o pequeño. Sin un solo punto, se crea el caos. Todo ello forma la remodelación del mundo —un recordatorio de que la transformación a menudo comienza en silencio, en lugares invisibles—. Llevo esa lección a mi trabajo: la reforma y la creatividad pueden empezar humildemente pero cambiar civilizaciones enteras. Cuando trabajo en mis obras multilaterales, siempre procuro comprender la naturaleza y bailar con ella, nunca contra ella.

En la explosión cámbrica, la vida se diversificó: criaturas con conchas, con ojos. La evolución no ocurrió solo para sobrevivir; se convirtió en creación. La naturaleza pintó con colores, esculpió con formas. Hay un espíritu en todo, reconocer la diversidad es reconocer la riqueza de la creación.

La Tierra vio imperios antes que los humanos. Los dinosaurios reinaron con majestad y escala. Sin embargo, incluso ellos, a pesar de su dominio, no fueron eternos. Su caída me recuerda que el poder sin adaptabilidad se desmorona. Para cualquier sociedad, ya sea la Babilonia del pasado o las naciones de hoy, la supervivencia no depende de la fuerza, sino de la sabiduría.

Con los dinosaurios extintos, llegaron los mamíferos, y la evolución dio paso a los primeros humanos. El fuego, las herramientas, el lenguaje: esas fueron nuestras primeras revoluciones. Para mí, este fue el pacto de la humanidad con la Tierra: ser no solo sobrevivientes, sino narradores, soñadores y creadores de justicia.

Desde la fértil media luna de Mesopotamia hasta el Nilo, el Indo y los Andes, surgieron civilizaciones que trajeron música, templos y ciudades. Pero con ellas también llegaron la jerarquía, la conquista y la injusticia. Aun así, el hilo de la sabiduría perduró: desde el código de Hammurabi hasta las enseñanzas de profetas, poetas y filósofos.

A menudo pienso en Babilonia no como ruinas, sino como un símbolo: el primer intento de orden, de justicia escrita en piedra. Hoy, en mi visión para Babilonia y más allá, veo el eco de ese sueño: una gobernanza arraigada en la transparencia, en el equilibrio con la ley natural y en la fe en las personas.

Ahora, la humanidad enfrenta elecciones que moldearán el futuro de la Tierra y el frágil equilibrio de la paz. Si el planeta nos ha enseñado algo, es que la resiliencia nace de la armonía, no de la dominación.

Estamos en esta tierra solo como guardianes, para proteger la Tierra y la creación de Dios. La historia de la Tierra no nos es lejana: habita en nosotros. Somos polvo de estrellas, océano, fuego y memoria. Honrar ese legado es vivir con valor, actuar con justicia y soñar un futuro digno de nuestros comienzos.

Lea Celik Sommerseth Shaw

Saint Germain Des Prés, 24 de agosto de 2025